Dame la mano.
Las ocho de la tarde, es de noche y llueve, pero Ana sale a
su balcón para aplaudir a los sanitarios, a todos esos médicos y enfermeras que
luchan contra esa pandemia, aplaude a los policías que esta mañana pasaron por
la calle para cantarle cumpleaños feliz a Sarita, la vecina de al lado, que hoy
a salido a su terraza con un trozo de bizcocho y con una vela en lo alto para
soplarla cuando acabe la ovación, esa aclamación que también se oye cada tarde
por los bomberos, el personal de los supermercados, los dependientes de las
gasolineras y por todos aquellos que se han convertido en héroes sin haberlo
elegido y, como cada noche, también piensa mientras junta sus palmas, en sus
compañeras y compañeros de trabajo, aquellos de las que pocos se acuerdan y que
mantienen limpio todo aquello que tocan cada día cientos de personas.
Es momento de preparar la cena y lo hacen todos juntos. Su marido
Javier se ha encargado de las hamburguesas, pero Andrea pone su toque artístico
e intenta hacer de cada plato una obra de arte. A Alberto le han encomendado el
postre, nada difícil, una de esas tartas en las que siguiendo los pasos quedan
perfectas. Todos disfrutan un poco más de estar juntos durante el encierro,
pero a la hora de dormir Ana no consigue conciliar el sueño, ¿y si al día
siguiente se infecta?, ¿y si alguno de los suyos cae enfermo y no puede estar
con ellos?
Con la falta de horas de descanso acumuladas y un frío que
no es común de la primavera, Ana se levanta el tres de abril y se va a trabajar
de nuevo. Antes de irse le da un beso en la nuca a su marido y se asoma al
cuarto de los niños, que duermen plácidamente, parecen ajenos a todo esto.
Andrea se da la vuelta y abre los ojos. Ana se acerca para arroparla y la
pequeña pide un abrazo, una de esas muestras de cariño que últimamente son tan
escasas, por precaución. Lo que no sabe Ana en ese momento es que ese abrazo
será el último en mucho tiempo.
Al llegar al supermercado, se enfunda su mono de trabajo. Va
cubierta casi de arriba abajo y lo limpia todo con esmero. La gente la mira con
gratitud estos días, aunque sabe que su atuendo no inspira confianza, igual que
tampoco lo hace esa tímida tos que aparece de vez en cuando y que ella ha
achacado los últimos días a los productos de limpieza. Al llegar el mediodía siente
que su cuerpo se rinde y empieza a notar como su piel arde, aparece también el
miedo, el terror de llevar aquello a casa y no poder dejarlo fuera del portal.
Cuando sale de trabajar llama a Javier y se lo cuenta,
comienza a sentir una presión en el pecho al subir las escaleras que por
momentos parece un ataque de ansiedad, pero luego confirma su miedo más profundo,
le falta el aire. Poco después una ambulancia viene a recogerla y se queda en
una camilla del hospital que tanto conoce, ya casi no tiene fuerzas para
quedarse sentada, tiene frío, tiene hambre y, sobre todo, siente que el miedo
de apodera de su cuerpo de heroína tumbada en esa camilla que poco después otros
héroes como ella empujan hasta la sala de cuidados intensivos.
Andrea y Alberto juegan con Javier durante toda la tarde,
colorean dos dibujos cada uno.
- - ¿Te gusta papá?, pregunta la niña.
Javier se acerca para ver el dibujo y se queda de pie,
detrás de su hija.
- - Papá, ¡estás mojando mi dibujo! Grita sin darse
cuenta de que su padre está llorando.
Alberto se acerca y abraza las piernas de su padre, mientras
Andrea se pone de pie en la silla y rodea su cuello con cariño. Comienzan los
aplausos y los tres se recomponen para salir a agradecer a quienes están
cuidando de mamá.
Esa noche, Andrea aplaude más fuerte que ninguna con la
esperanza de que su madre la oiga desde la cama del hospital.
Unos días más tarde, Carmen se dispone a extubar a Ana. Antes
de hacerlo, la coge de la mano, aprieta fuerte, intentando infundirle todo el ánimo
que a veces a ella misma le falta.
A la misma hora, acaban los aplausos en la calle donde vive
la familia de Ana. Andrea está emocionada, porque ha oído que su madre está un
poco mejor, así que hoy colgará su dibujo preferido en el balcón.
Javier se queda mirando el dibujo de su hija antes de
pegarlo en el cristal. En él dos mujeres, una vestida de médico y otra en una
cama de hospital se dan la mano.
Todo ha salido bien.
Miguel Moreno.
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