relato participante en el concurso #NuestrosMayores de Zenda Libros
Ecos del recreo.
Eugenio suelta la tiza por última vez en su cubilete antes
de marcharse a casa. Las últimas noticias sobre una epidemia han dado al traste
con la celebración de su último día en las aulas. El bar de la Luisa y su
terraza, en frente del colegio donde ha trabajado casi toda su vida, luce vacío
ante un miedo invisible. Al bajar la persiana siente que deja atrás una vida
cuya banda sonora son los ecos del recreo, las risas y gritos de unos niños que
algunos ya son padres de aquellos alumnos de los que se ha despedido hoy.
Eugenio coge su maletín y se dispone a salir.
Antes de cerrar la puerta de la clase aparece Eduardo, uno
de sus alumnos, casi sin aliento le explica que se le ha olvidado el libro de Lengua. Tras rebuscar en su pupitre, lo encuentra y lo mete en su mochila. Al
cruzarse de nuevo con su maestro le da un abrazo. En sus ojos se dibuja una
sonrisa triste. Dos cursos enteros con su maestro y ahora se tiene que marchar.
Lo que no sabe Eduardo es que él tampoco volverá al colegio durante ese curso.
Con el maletín lleno de recuerdos Eugenio va hacia su casa.
Un horrible silencio, el mismo que se ha apoderado de las calles en los últimos
días, le acompaña hasta su calle. Al llegar, descubre una ambulancia en la
misma puerta y recuerda que su móvil, aquel aparato que sus hijos se habían empeñado
en que llevara consigo todo el día, no había parado de vibrar en su bolsillo. Al
acercarse a la casa, ve cómo se llevan a Carmela en una camilla, envuelta en
unos plásticos transparentes y sin parar de toser y agitarse.
Poco más tarde se encuentra en una sala de espera, aguardando
noticias del médico. Su alma se encoge cuando un enfermero le da la noticia. Carmela
ha ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos.
Lo único que puede hacer es despedirse de ella, con una pena
tremenda, la misma que le provocó abandonar el aula aquella mañana. Y allí, en
aquella cama de hospital en la que ahora está él, recibiendo un tratamiento
contra aquel virus que ya le había robado momentos y se había llevado lo más
preciado que tenía, veinte días después de terminar las clases, la misma madre
de Eduardo, ataviada con su uniforme de enfermera, entrega una carta de su hijo
al profesor.
Solo hay un dibujo, hecho con muchos colores en el que un niño de
diez años abraza a su profesor. Te quiero maestro ha escrito Eduardo con una
caligrafía perfecta.
Eugenio sonríe y recuesta su
cabeza en la almohada.
Antes de que el silencio lo envuelva todo, Eugenio
sonríe y oye los ecos del recreo.
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